LA ROJA, MARCA HISPÁNICA
LA ROJA, MARCA HISPÁNICA
Artur Mas añora al imperio carolingio. Ha estado en una cumbre de países mediterráneos y ha hablado como anfitrión, ya que la cosa era en Barcelona, ya que él es el representate regional del Estado en Cataluña y ya que en España –un país nada rencoroso- pesa más un piscolabis que un auto judicial, así que sus instituciones te invitan a actuar como anfitrión de atriles y croquetas aunque los fiscales te vengan acusando de desobediencia. Tan ricamente. Abandono la anécdota y vuelvo a lo que centra la atención mundial: el nacionalismo catalán añora ser carolingio. Cualquier cosa que en su ensoñación les aleje de España les va bien, tal vez porque nadie les va a rebatir que catalanes y españoles compartimos todo, que por compartir compartimos hasta a los carolingios, que tenemos una historia común -aún cuando no existía el común ni había un solo Estado moderno en toda Europa-, y que la denominada Marca Hispánica, la frontera del Imperio carolingio con Al-Ándalus y los Pirineos, iba de vascongadas a Barcelona pasando por nuestro Sobrarbe y nuestra Ribagorza.
Sea como sea, lo importante no es que el President no hiciera ni una sola referencia a la presumible españolidad/hispanidad de Cataluña, o que subraye un pasado remoto solo porque con los carolingios aún no estaban construidos los Nuevos Ministerios en Madrid. Lo preocupante es que el relato de España, el del Estado en Cataluña, no va más allá de que Rajoy nombre a Cervantes quien a su vez nos dejó dicho lo bonito que es Barcelona. Al relato de la unidad de España le falta vigor, y por mucho que el presidente del Gobierno subraye la españolidad de Cataluña, el Estado hace tiempo que comenzó su dejación de funciones para sus relaciones con Cataluña, relaciones que no pueden parecer entre estados o naciones iguales. Eso lo tienen más claro fuera de España. Los franceses colocaron al Sr. Mas en la fila septuagésimo quinta en la manifestación por los atentados de París, junto a algunos alcaldes franceses de pequeñas ciudades (hay pocas cosas más francesas que un alcalde francés con su banda tricolor). Ni franceses ni alemanes le permitieron sobrevolar la zona de la tragedia aérea de los Alpes junto a primeros ministros y sus gabinetes. En Nueva York, congregó a trescientas personas en una charla, mucho menos que cualquier “foodtruck” de comida rápida a las doce y media del mediodía. Y la comida del “foodtruck” es pagando. Si la amenaza de una secesión de Cataluña es real, que lo es, no es por el nivel cultural, histórico o social que el nacionalismo proyecta ni por su predicamento escaso en Europa y en la comunidad internacional, sino porque la ensoñación y el arrojo nacionalista no tiene en frente el relato de una España que genere expectativas lo suficientemente densas como para que sea incontestable en el ánimo de los catalanes el anhelo por seguir juntos. Para eso, para seguir juntos, contraponemos argumentos económicos o que subrayan nuestra historia pasada, pero no hay un relato social, personal e individual, de cada uno de nosotros, que nos envuelva en razones de orgullo nacional. Sin duda, porque el patriotismo, un valor en todos los países democráticos de nuestro entorno, ha sido exterminado de nuestro sistema educativo y de valores, pero no solo en Cataluña sino en toda España.
La legalidad, la historia, la economía, la legitimidad son argumentos sólidos, pero el peso específico de una verdadera contraposición al nacionalismo catalán estaría en la capacidad de los ciudadanos españoles por tener una mejor idea de lo que somos como país. Poder construir juntos un relato de emociones comunes, que tenemos y compartimos pero no manifestamos. La incapacidad de las elites y de los medios de comunicación al respecto ha sido palmaria. Patético como en pleno éxtasis deportivo al equipo nacional se le llama La Roja para evitar, simplemente, llamarla España. Dijo Azaña que el nacionalismo es como el dominó en Valladolid, que nace del aburrimiento. Cuando el catalanismo excluyente se aburre se dedica a sus esteladas, sus cadenas, y sus cartones para urnas o para “uves” de no se sabe que victoria por llegar. El nacionalismo da mucho de comer a la industria del cartonaje. Cuando nos aburrimos el resto, ponemos la tele, que juega “La Roja”.
Víctor M. Serrano Entío. Abogado.
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