EL REY: SON DÍAS COMPLICADOS

SON DÍAS COMPLICADOS

El Rey nos ha dejado dicho que son días complicados. A finales de los setenta, los mejores columnistas de la izquierda abandonaron a Marx para seguir a algún editor y a Felipe González. Muchos de aquellos intelectuales y escritores, que venían de la evolución de un comunismo de guerra (soviético) a un comunismo de postguerra (fieramente español) dejaban cada mañana dibujadas sus ideas republicanas en las columnas de la Transición. También así es como fuimos construyendo nuestra monarquía constitucional, a base de columnas periodísticas y cuitas literarias. Toda democracia necesita su ornamento estético a primera hora de la mañana. Algunos, los más marxistas, como Vázquez Montalván, evolucionaron hacia la tolerancia con la monarquía. Una tolerancia indulgente y pasota, como la de quien acepta pulpo como animal de compañía o a un viajante de comercio de Logroño como padre putativo. Los más, como Francisco Umbral, se hicieron juancarlistas antes que monárquicos pero acabaron abrazando al todo por la parte en un plano fijo de televisión una noche de febrero. Febrero de 1.981, aquel año que recuerda mal Pedro Sánchez porque era muy pequeño. Toda monarquía necesita una boda o una tragedia para consolidarse. El Rey Juan Carlos saludaba displicente a Umbral por los sanjuanes y los jardines de Zarzuela, y al escritor nunca le quedó muy claro si el Rey le seguía por los placeres y los días, o sea, por los afectos, o simplemente le hacía un marcaje administrativo, como el que todo poder ejerce sobre la prensa con más afán que eficacia. La izquierda aceptó la monarquía como ese margen de irracionalidad que dota de eficacia a esta nuestra república.

A los Reyes siempre les toca el aniversario de una fábrica de automóviles en Valladolid o recibir en La Zarzuela a una delegación de bodegueros del Somontano, pero un día toca Tejero y otro día tocan Mas y Forcadell, y ahí es cuando se fortalece la institución. Lo que ha salvado siempre a la monarquía en España son los antimonárquicos y el elemento comparativo. A eso hay que sumarle el utilitarismo, que se ve más y mejor cuando el peligro acecha porque lo único útil cuando zozobra la democracia es la autoridad legal ejercida con la firmeza de un presidente del gobierno y la moderación de un Rey. Los reyes y los jabones siempre han estado a prueba en España, y no hay que experimentar en días complicados. Una vez lo hicimos y nos salió una guerra civil de la que no nos acaba nunca de salir las manchas. La foto de estos días difíciles en La Zarzuela es la de un Rey tranquilo y serio en su despacho, un despacho en el que hasta los marcos de las fotos nos están diciendo que nuestra monarquía parlamentaria ha dejado atrás el umbral de la teoría mágica y antropológica para profesionalizarse. Lo que pierde de épica, lo gana en fiabilidad y utilidad. Hoy la institución ya no puede sobrevivir enseñando a las visitas las glorias del pasado, y es mejor decirles la verdad y un disculpen Uds. a la reina, se ha ido al cine con unas amigas. A los republicanos, que siempre hemos querido vender nuestra idea basándonos en la utilidad y en la modernidad, nos falla precisamente la modernidad ahora que los referentes nos han pasado de Azaña a Ada Colau.

La monarquía parlamentaria ya no tiene un discurso mágico e irreal, sino una función concreta, y se ha puesto a interpretar con eficacia y sin teatralidad su papel. Hay una realidad difícil de la que el Rey es consciente y es partícipe, y que sin querer contrapone al papanatismo de una pequeña parte de la izquierda más radical que sigue choteándose del “España se rompe”. Tan modernos, tan guardianes de la moralidad pública y tan demócratas ellos, tan pendientes de los problemas reales de la gente y sin captar estos días difíciles. La dificultad de estos días es tan real como la preocupación de los españoles. Al menos, la de los españoles con algo que perder, bien sea ese algo que perder, por enumerar de menos a más, una idea de España, un hijo en Barcelona, un trabajo en una caja catalana o una novia discreta y liberal de Torredembarra. De todo eso, que a tiempo y bien se ha dado cuenta el Rey, no se ha dado cuenta algún que otro moderno asambleísta.

Víctor M. Serrano Entío. Abogado.

Víctor M. Serrano Entío
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