ALBERT RIVERA

ALBERT RIVERA

Tengo un amigo notario que llegó muy joven y muy soltero a su primera notaría. Cuando le preguntaba si se echaba novia me decía, con una seriedad protocolaria que daba fe de su desilusión: “El problema en este pueblo es que le gusto más a las madres que a las hijas”. Por ahí empieza todo futuro. Albert Rivera, yerno de España, gusta mucho a las madres y también a las hijas. El miércoles pasó por Zaragoza con su revolución generacional. Vende frescura y familiaridad. La vende bien. No levita entre escoltas de coches oscuros lo que le da ese punto de político danés recién apeado del taxi. Un hormiguero y dos programas de sábado noche antes, puso a Ciudadanos en las encuestas y en las conversaciones. Dicen que va por el diez por ciento y que esto no ha hecho más que empezar. La gente quiere la gran revolución de un cambio tranquilo, y en eso encaja mejor Rivera que Iglesias.

Albert Rivera, que llegó a la política para subrayarnos que el nacionalismo es un elitismo provinciano, nos pasa ahora el rotulador amarillo fosforito por el inmovilismo decadente de los viejos partidos. Juega a la ambigüedad de la transversalidad pero sabe que pasadas las tensiones electorales -que empujan al maquillaje de intenciones-, en España volverá a hablarse de izquierdas y derechas. Así ha ocurrido desde los Godos hasta Garzón, ese chico muy joven al que dejan llevar los trámites funerarios de IU. Desde la lejanía, con perspectiva pictórica e interés, Rivera y sus ciudadanos encajan en la etapa de cambio que la sociedad demanda. Es claro y tiene, en la virginidad de no haber tocado poder, la buena imagen del catalán responsable. Hay pánico en el PP, o debería; está poco acostumbrado a competir con productos de similitud ideológica. Ciudadanos les hace viejos. Rivera, que no tiene una estructura de partido ni ha inventado nada que no sea el liberalismo reformista del Aznar del 93, tiene un logo naranja y una cara como de amigo de pandilla de Iker Casillas (otro yerno deseado). No le va a hacer falta mucho más. Tiene buena imagen, tiene una marca y viene para quedarse. En junio anunciará que deja Cataluña y se presenta como candidato a La Moncloa.

Nuestro lugar no es un cruce de coordenadas en google maps sino estar en nuestro tiempo, en hora con nuestra época. Albert Rivera está en su tiempo. Eso, algunos que no lo han entendido, lo llaman efebocracia, la dictadura de la juventud. Pero la juventud está en las universidades y en los abuelos que llevan a los nietos al colegio. Hay más espíritu reformista en el jubilado que estira el mapa de su pensión para alimentar hijos y nietos que en un efebo becado por la Junta de Andalucía. Huérfanos de referentes y ejemplos, los votantes han salido a pescar candidatos como cadetes buscando plan en un cine de domingo. Floriano utiliza contra Albert el argumentario deslucido de que el chico es catalán; no se ha enterado de que siglos antes de que naciera Prim ya nos gustaban los catalanes para las cosas serias de España. Es una pena que uno de Cáceres se haya creído el mantra nacionalista cateto de que los españoles somos anticatalanistas.

España es un país de bares y televisiones, y por eso no es extraño que el éxito político alcance la perfección en la televisión de los bares. La prueba del algodón de la política actual ya no está en los carteles de las farolas, en esos pendones que el cierzo destroza en menos que canta el mitin de cierre de campaña. El triunfo del nuevo político está en que su imagen flote airosa en la tele de plasma del bar y salga bien enfocada en los sueños de una madre que lo casa con su hija. Albert Rivera, viene de camino y lleva el reloj en hora. Sus “Ciudadanos” y él, como antes Pablo Iglesias y su “podéis”, se quedan.

Víctor M. Serrano Entío. Abogado.

Víctor M. Serrano Entío
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